Analogía cuerpo fracturado
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___El primer accidente fue durante la pandemia. Venía de montar en bicicleta y de repente una motocicleta me embistió en un semáforo y me arrastró por el piso varios metros dejándome herido y en shock. Terminé en la clínica hecho polvo y con medio costado completamente machacado.
___Cuando regresé a mi apartamento, no podía afeitarme con la mano derecha, no podía caminar sin cojear porque tenía el tobillo derecho como una pelota de tenis y me dolía agacharme, inclinarme o sentarme. Todo me dolía. No me podía amarrar los zapatos, cortarme las uñas o cepillarme los dientes. Tuve que llamar a una enfermera para que me cuidara y me ayudara en las labores más elementales. Por aquel entonces vivía en un quinto piso sin ascensor y la sola idea de subir y bajar escaleras me daba escalofríos.
___Tuve que aprender a vivir con ese cuerpo a medias, herido, al que le dolían las tareas más sencillas como bañarse o levantarse de la cama. Como tengo una escoliosis de varios centímetros debido a los años de escritura ininterrumpida, los dolores de espalda se acentuaron y me vi obligado a entrar en una cadena de calmantes y opioides que me mantenía todo el día como un zombi.
___Cuando creí que ya estaba superando el accidente y que mi recuperación se avecinaba, una mañana me fui de bruces saliendo del baño. No me sequé la planta de los pies, me resbalé y me fui hacia atrás golpeándome con dureza contra la taza del baño. Resultado: dos costillas rotas y una fracturada a la altura de la columna lumbar. El dolor de las costillas rotas es como si a uno le estuvieran clavando una navaja cada vez que respira. Es un dolor permanente, insufrible.
___Además, me abrí la planta del pie y sangraba a borbotones. Logré amarrarme una camiseta para evitar la hemorragia mientras llegaba a la clínica, donde me cosieron quince puntos y me pusieron una vacuna extra: la del tétano. El pinchazo de la anestesia en el pie me hizo dar alaridos. Cuando regresé al apartamento estaba exhausto y todavía en shock.
___Como no podía dormir hacia el costado derecho ni hacia el izquierdo, organicé a mi alrededor una serie de almohadas y me instalé sentado, como si fuera un astronauta a punto de despegar en un cohete interestelar. Al día de hoy, cuatro años después, sigo durmiendo en la misma posición.
___Para rematar, unos meses después llamé a mi seguro médico para una visita domiciliaria y una doctora llegó y me puso una inyección de Dipirona. El efecto fue devastador: al día siguiente no sentía la mitad de la pierna izquierda. Esa dolencia nunca desapareció y tuve que acostumbrarme a caminar con media pierna desaparecida. Por fortuna, la sensación no me incapacita para realizar ningún movimiento y nadie se da cuenta de lo que me ocurre. Pero a cada rato sufro de calambres que me obligan a ponerme de pie enseguida o a estirar la pierna con fuerza hasta sentir el alivio.
___He tenido que aprender, entonces, que vivir significa habitar este cuerpo con sus dolencias y sus defectos. Fui un hombre sano toda la vida e incluso un deportista consumado. Pero de un momento a otro el destino me puso una serie de pruebas que no han sido fáciles de superar. Y no me quejo por ello. Son parte constitutiva de la vida.
___Es imposible pasar por este mundo sin enfermedades o accidentes que nos recuerden el dolor que implica existir. No es que me duela a mí o que mi cuerpo se empeñe tercamente en amargarme el día. No. Es la vida en general la que duele. A todos nos toca sentir en algún momento ese aguijonazo o esa punzada terrible que nos recuerda que estamos vivos y que aún seguimos aquí dando la terca batalla por nuestra supervivencia.